Aterrizo del cielo al césped
que separa la playa del paseo, para hurgar las migas de pan del papel
de aluminio que un niño había dejado en el suelo. Estuvo a punto de
devolvérselas pero el hambre se estaba haciendo más fuerte que la
amabilidad.
Después de comer y calmadas
así sus ansias y su furia, recuperó su verdadera personalidad.
Estable, relajada, paciente, amable y feliz el ave empezó a volar a
toda velocidad a dos uñas del mar para conseguir un poco de
adrenalina. Costeó las playas de aquel bonito pueblo y se detuvo
sobre un acantilado situado a la punta de la cabeza que ponía fin a la bahía.
Mientras el viento despeinaba sus plumas, ella perdía su
mirada en el horizonte. Se sentía útil y poderosa, a pesar de la
inmensidad o infinitud de lo que nos rodea.
Dos jóvenes menores de edad
estaban cansados de hacer siempre lo mismo y hartos de su rutina,
propusiéronse ir a disparar desde el tejado el rifle de balines de
su abuelo. Apuntaron hacia el acantilado de la cabeza de la bahía y el pájaro
era el blanco de la cruz de la mirilla. Sin pensarlo, el mismo que
estaba apuntando disparó perforándole el cuerpo y las dos alas.
El pájaro pudo conocer
durante pocos segundos la volatilidad del poder y del ser, y qué era
realmente sin la ‘nube’ de su amor propio: tendía a nada.
Murió con la duda de si
a través de la autoestima y el sentirse alguien sólo veía sombras, y en caso que así fuere, si estas sombras que distorsionan la
realidad no son de ayuda, o por lo mismo,
sí lo son.