viernes, 8 de junio de 2012

La camisa negra de algodón

Y la enterraron junto con su dueño al cementerio de Priego.

Su propietario era su portador. Era un hombre tan ocupado como corrupto, de unos 45 años aproximadamente, alto, grande y muy muy sudoroso. Tenía más ego que Tony Montana y un autobús de argentinos juntos. Su prepotencia causó mi odio, y este mi alegría tras saber de su muerte, pero yo no cometí ese asesinato.

Fue su camisa, y lo comprendo, tenía motivos y no eran pocos.
Su algodón absorbía su maloliente sudor en pleno verano, tenía que hacer siempre lo que él hacía y escuchar todas sus palabrerías, se manchaba de lo que no comía y era el pañuelo de su propietario. Aquella dejadez y constantes maltratos no dejaban vivir a la pobre prenda.
Voces afirman que su propietario, después de dejarla inconsciente con uno de los peores instrumentos de tortura, la lavadora, la colgaba del cuello y a las pocas horas la ataba y quemaba con una plancha. Aquél cínico portador quería relucir y le daba igual como.

Por todo ello y mucho más, el pasado mes de mayo la camisa negra de algodón cometió ese asesinato. Lo hizo a pleno sol, aprovechando que su dueño se dirigía solo al bar el pueblo a por tabaco.

Tras un fuerte suspiro y siendo consciente de lo que iba a hacer, se abrochó todos los botones para inmovilizar a la víctima y cual pitón, presionó sobre costillas y pulmones, causando la asfixia de su propietario. Este cayó muerto al suelo y a los pocos minutos arrestaron a la camisa.
Decenas de personas testificaron contra ella y fue condenada a pena de muerte, siendo enterrada viva con su dueño al cementerio de Priego.

Sus últimas palabras fueron “en mi vida, mi único acto de libertad ha sido cometer este asesinato, justo y merecido, por eso no me arrepiento ”

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