Abrió los ojos casi al
mismo momento que se levantó de la cama. Qué pesadilla.
Era un día cualquiera,
como cualquier otro día. H se encontraba sujeto a su plantación de setas alucinógenas.
A mi me gusta llamarlas desalucinadoras, pues cortan la apariencia superficial
de las cosas y permiten examinarse a uno mismo.
Todo se movía y los
colores brillaban más que nunca. Entraba el sol por la ventana. Él, sin éxito,
intentó tapiarla para que no pasara pero era demasiado tarde. El sol ya había
fundido los cristales y se había sentado con pose de chulo sobre el escritorio
de madera de su habitación. Al instante quedó el escritorio calcinado y el sol
cayó al suelo junto con el portátil, la tele, unas botellas de cerveza de trigo
y una réplica de un cuadro rojo con elefantes de Dalí. H se quedó atónito y sin
voz. No le salían las palabras, le temblaban hasta los dientes.
De repente, los elefantes
del cuadro rojo de Dalí le miraron fijamente y el sol empezó a orbitar a su
alrededor. H se estaba quemando pero no podía ni gritar. No podía tocar nada
porque las quemaduras pasaban a ser aun más dolorosas. Los elefantes se reían
de él y hacían sonar su enorme trompa mientras bailaban claqué con sus
interminables patas sobre las cenizas del escritorio que el sol había quemado
antes sin querer.
H podía oír la voz de John
Lennon de lejos, como si estuviera en otra habitación, pero estaba justo a su
lado, dentro de una bandera. Le decía que defendía la revolución en nuestras cabezas, y que no
necesitaba una espada para cortar flores. H le dijo que quería amar a una
mujer. John le respondió que no, que lo que quería, lo que pedía, lo que de
verdad necesitaba era ser amado.
H miró al sol, le pegó
una patada y lo mandó al cielo otra vez. El sol ahora iba, cual ascensor,
subiendo y bajando del cielo en línea recta haciendo amanecer y anochecer
Barcelona dos o tres veces por minuto.
H miró a uno de los
elefantes. Le besó pero era un beso sin amor, por lo que H entristeció y empujo
con rabia a los elefantes dentro del cuadro rojo de Dalí. No quería saber más
de ellos. Ahora sólo quedaban él y John Lennon,
a quien invitó a salir de la bandera y hacerse unos... unos sándwiches.
Los colores seguían
siendo tan impresionantes como antes y ese día cualquiera se estaba convirtiendo
en el día más feliz de su vida. John tomo prestada su guitarra acústica y
mientras tocaba una relajada y maravillosamente indescriptible melodía le dijo
entre muchos consejos ‘se feliz’, da igual con qué, pero no da igual con quien,
porque de ese quien va a depender tu felicidad. H, pensativo, miró al suelo
haciendo que sí con la cabeza. John se levanto y bateó su cara con la guitarra.
H no estaba dormido pero
del golpe despertó. Abrió el armario, quiso regar sus amanitas pero alguien se
las había comido todas. Esas amanitas eran para mí y lógicamente, me cabreé.
H, con un moratón en el
ojo y sangre en la nariz, tuvo los huevos de decirme convencido tras contarme
esa historia que él no se las había comido, que no sabía nada, y que si no me
lo creía, que le preguntara a John Lennon.
Whatching the wheels go around, aquest blog lo va a petar tó'. El Blog regulero t'afegieix a la llista de "blogs que segueixo" i et recomana que canviis el quadrat gris de darrere les lletres i el facis més clar i més opac, que per llegir tanta psicodèlia t'acaba explotant el cap!
ResponderEliminarMOLA TOPE DE MUTXO
Molt fan d'aquest. Admiradora incondicional de la definició de setas desalucinógenas. Keep going neoandersen!!
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