miércoles, 30 de mayo de 2012

El genio de la cerveza mágica


Un martes cualquiera, como cualquier otro martes, H y dos de sus mejores amigos fuéronse a la playa a pescar, lo que en realidad era una excusa para sentarse encima de sus toallas, hacer una hoguera y tocar un poco la guitarra, pero no sin antes haber comido unos bocadillos y bebido varias cervezas.
Después de ver el sol caer, bajaron del paseo para situarse en el sitio perfecto, a unos 15 metros de la orilla en un ligero pendiente ideal para acomodarse cara al mar.
Pasadas un par de horas se habían quedado sin reservas pero esto no suponía ningún problema. Sabían que a los 5 minutos un moro o similar se les acercaría para vender cerveza.
Al oír su persuasivo eslogan seguramente registrado y conocido ya universalmente, los tres amigos no pudiéronse resistir a comprar un par de litros. Abrieron la última y el sonido que hizo la lata se filtró por la cera de sus orejas y llegó al estómago, provocándoles el mismo escalofrío que el directo de una canción poco conocida pero que sabes de memoria de tu grupo favorito. Se la bebieron entre todos y no pasó nada.
A los 10 minutos, una de las cañas se dobló casi hasta romperse por la mitad pero H reaccionó rápido y logro mantenerla a salvo, incluso consiguió pescar lo que parecía ser un pez gordísimo.
Aquello no era un animal, era una enorme botella dorada de cerveza, pero sin cerveza. H la sacó del agua con la ayuda de una red y la secó frotándola con una de sus toallas. Un airecillo caliente salía de la botella acompañado por unos granitos de arena levantados por el mismo viento botellar.
Del interior de aquella mágica cerveza que sacaba airecillo y arena, no salió ningún genio. No pasó nada. Pasó lo mismo que pasa en esta habitación, nada.
Morir de aburrimiento también es doloroso y ahogado por el calor y la soledad, declaro y elevo a público que tu tiempo me pertenece, que mi pulmón derecho ha dimitido, que mi energía está en bancarrota y que reemplazando a mi corazón mi cerebro es ahora mi factor.

martes, 22 de mayo de 2012

Què passaria si tinguéssim permís d’armes:


Situació 1: fent classe a la Pompeu, dotze persones obren la porta i entren violentament per explicar que augmentaran els preus de les matrícules. Gràcies, no ho sabíem.
Entre ells, veus una noia amb el cap mig rapat, cara de gos rabiós i mirada de nimfòmana que arriba a la conclusió que com que no fem vaga, vol dir que volem pagar més. La mires indignat i obres la boca per intentar fer-la raonar però penses i saps, per experiència, que no val la pena. Ella segueix amb el seu discurs, dient que has de pensar i actuar. Aquelles paraules passen a ser buides quan surten de la seva boca i fan que tot et comenci a bullir. De sobte s’encén una ira incontrolable, et poses la mà a la butxaca interior de la jaqueta, treus una magnum i la dispares sense immutar-te; inclús tardes una mica a fer-ho per veure la seva reacció mentre l’apuntes.

Situació 2: vas amb moto conduint per una carretera de doble sentit. Un cotxe se’n va del seu carril en una curva mal agafada i et passa a 10 centímetres del retrovisor. Descontrolat un altre cop, empunyes el subfusil, derrapes per canviar de sentit i persegueixes el cotxe cridant mentre dispares sense aixecar el dit del gatillo fins que caigui pel forat del lateral de la carretera.

Situació 3: són les 3:30 de la matinada i encara no t’has adormit. Demà a les 9 tens examen i un tan insignificant com emprenyador mosquit espera que estiguis a punt d’adormir-te per posar-se a dos centímetres de la teva orella i brunzir. Ara, estimulat per la ràbia, estàs suficientment despert per aixecar-te del llit amb un objectiu clar: buscar i destruir.
Aquí entren les armes. Ja t’has aixecat quatre cops per, sense èxit, intentar-lo trobar. Amb una cremor interior més dura que la de quan un nen de 7 anys et molesta, t’insulta  i/o et pega i no pots fer res perquè és el germà de la teva novia, agafes la granada de mà que sempre guardes a la tauleta de nit, treus el seguro, la rebotes contra la paret i saltes pel balcó.

domingo, 20 de mayo de 2012

El hombre del saco

- A la cama niños, o vendrá el hombre del saco! y no querreis ver a lo lejos de esta bonita casa de campo los ojos rojos de un señor casi ahogado por su propio bello que se acerque sigilosamente, rompiendo el silencio con el roce de las plantas secas de nuestro campo trigo y convirtiendo la calma y tranquilidad en nervios, inquietud, angustia y miedo, verdad?
Los dos hermanos, de 11 y 13 años, se reían vacilando y hacían oídos sordos a los consejos de su madre pero, quedando retratada su aparente valentía, pronto se fueron a dormir.
Ahora estaban los dos tumbados a la cama, tapados hasta la nariz, agarrando fuerte la parte superior de la manta y mirando al techo. Ambos se arrepentían de no haber ido a dormir justo cuando su madre lo había mandado. Sentían un enorme desasosiego.
Pasaban los minutos como horas y los padres ya dormían. Al mayor de los hermanos le pareció haber oído el chirrido de la puerta del piso de abajo. No sabía disparar, ni siquiera sabía si estaba cargada, pero la escopeta de caza de su padre le daba la seguridad que necesitaba para bajar a ver que pasaba. El pequeño lo seguía a unos 5 metros pero se paró a la mitad de la escalera, le parecía más prudente observar todo desde allí.
Habiendo bajado las escaleras y escondido detrás de la barra americana de la cocina, respiró profundamente para intentar, sin éxito, desacelerar el pulso. Al escuchar que los pasos procedentes del cuarto de juegos se acercaban hacia la cocina, levantó la cabeza hasta que los ojos alcanzaron la altura de la barra para intentar ver sin ser visto quien se acercaba.
Jugando a la play no fallaba y la realidad no fue una excepción. Cuando vio a aquel gigantesco, peludo y jorobado extraño con un saco lleno cargado a la espalda, se puso nervioso, se levantó temblando con la escopeta, apuntó al pobre hombre mirándolo de reojo como si lo hiciera sin querer, giró la cabeza y disparó. Su cara quedó irreconocible de tal manera que sólo los dientes, huellas o pelos podrían revelar su identidad.
El padre no estaba. Tras el disparo, la madre llamó a la policía y asustada bajó al piso de abajo. Menuda navidad les esperaba!
Al ver la situación, abrazó a sus hijos y llorando desconsolada con la garganta casi asfixiada, se los llevó a su habitación. Al cabo de una hora llegó la policía y tras examinar el cuerpo explicaron que aquél señor llevaba una barba blanca postiza, un almohada para parecer más gordo y un saco lleno de regalos. El hermano mayor creía haber matado a Papá Noel, quien por lo visto, no era gordo y ni siquiera tenia pelo suficiente para dejarse barba.

martes, 15 de mayo de 2012

El cuento del camello


Abrió los ojos casi al mismo momento que se levantó de la cama. Qué pesadilla.
Era un día cualquiera, como cualquier otro día. H se encontraba sujeto a su plantación de setas alucinógenas. A mi me gusta llamarlas desalucinadoras, pues cortan la apariencia superficial de las cosas y permiten examinarse a uno mismo.
Todo se movía y los colores brillaban más que nunca. Entraba el sol por la ventana. Él, sin éxito, intentó tapiarla para que no pasara pero era demasiado tarde. El sol ya había fundido los cristales y se había sentado con pose de chulo sobre el escritorio de madera de su habitación. Al instante quedó el escritorio calcinado y el sol cayó al suelo junto con el portátil, la tele, unas botellas de cerveza de trigo y una réplica de un cuadro rojo con elefantes de Dalí. H se quedó atónito y sin voz. No le salían las palabras, le temblaban hasta los dientes.
De repente, los elefantes del cuadro rojo de Dalí le miraron fijamente y el sol empezó a orbitar a su alrededor. H se estaba quemando pero no podía ni gritar. No podía tocar nada porque las quemaduras pasaban a ser aun más dolorosas. Los elefantes se reían de él y hacían sonar su enorme trompa mientras bailaban claqué con sus interminables patas sobre las cenizas del escritorio que el sol había quemado antes sin querer.
H podía oír la voz de John Lennon de lejos, como si estuviera en otra habitación, pero estaba justo a su lado, dentro de una bandera. Le decía que defendía la revolución en nuestras cabezas, y que no necesitaba una espada para cortar flores. H le dijo que quería amar a una mujer. John le respondió que no, que lo que quería, lo que pedía, lo que de verdad necesitaba era ser amado.
H miró al sol, le pegó una patada y lo mandó al cielo otra vez. El sol ahora iba, cual ascensor, subiendo y bajando del cielo en línea recta haciendo amanecer y anochecer Barcelona dos o tres veces por minuto.
H miró a uno de los elefantes. Le besó pero era un beso sin amor, por lo que H entristeció y empujo con rabia a los elefantes dentro del cuadro rojo de Dalí. No quería saber más de ellos. Ahora sólo quedaban él y John Lennon,  a quien invitó a salir de la bandera y hacerse unos... unos sándwiches.
Los colores seguían siendo tan impresionantes como antes y ese día cualquiera se estaba convirtiendo en el día más feliz de su vida. John tomo prestada su guitarra acústica y mientras tocaba una relajada y maravillosamente indescriptible melodía le dijo entre muchos consejos ‘se feliz’, da igual con qué, pero no da igual con quien, porque de ese quien va a depender tu felicidad. H, pensativo, miró al suelo haciendo que sí con la cabeza. John se levanto y bateó su cara con la guitarra.
H no estaba dormido pero del golpe despertó. Abrió el armario, quiso regar sus amanitas pero alguien se las había comido todas. Esas amanitas eran para mí y lógicamente, me cabreé.
H, con un moratón en el ojo y sangre en la nariz, tuvo los huevos de decirme convencido tras contarme esa historia que él no se las había comido, que no sabía nada, y que si no me lo creía, que le preguntara a John Lennon.